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La guerra una vez cruzada la frontera

La ofensiva de las tropas rusas en Ucrania provoca el éxodo de más de cuatro millones de personas


MAR 2022 Andrea Gabarró | Berlín


Son las dos de la madrugada en Berlín y se intuyen tres siluetas jóvenes y temblorosas detrás del umbral de la puerta de un hostal juvenil del centro.


Riiiiiiiiiiiiiiiing. Un estrépito sonido se repite un par de veces en el lapso de un minuto. Llaman al timbre de forma impaciente mientras esperan que se abran las puertas para, después de casi cinco días de viaje, por fin, descansar. Entran por la misma puerta por la que hace apenas una hora entraba un grupo bailando bajo los efectos de alguna copa que otra. La luz blanca de la entrada del hall ilumina cálidamente los tres rostros, y permite descubrir su inocencia. Cuando se encuentran a la distancia suficiente como para poder verlos con claridad, el corazón se quiebra al confirmar la pronta edad de los jóvenes ucranianos que vienen en busca de un lugar donde dormir. El traqueteo de las maletas se desplaza hacía la recepción donde Leo, trabajador del hostal, sonriente y nervioso a partes iguales, espera para recibirles.


Andrii y Dmytro son amigos, ambos tienen dieciséis años. El “adulto” es Vladimir, hermano de Andrii, aunque tan solo tiene veinte años. En su serio semblante se intuye una desconfianza feroz. Examina, con la mirada de alguien mucho mayor, todos los detalles de la habitación. Cualquier movimiento es sujeto de análisis. “Qué duro tiene que haber sido llegar hasta aquí”, piensa el recepcionista. Andrii, en cambio, tiene cara de bribón, o eso deja entrever. Sus hoyuelos y ojitos vivarachos color miel dejan intuir una dulce rebeldía. Por cómo se mueve y su manera de hablar se puede decir que es valiente y, aunque Vladimir ejerza de portavoz, él siempre se intenta adelantar.


Mediante el traductor del móvil, consiguen preguntar al recepcionista cómo deben hacer el check-in. Están dispuestos a pagar su estancia. Leo les explica que, dado su estatus de refugiados, pueden hospedarse gratis durante dos noches. Vladimir, el mayor de los tres, que lleva la voz cantante, espeta: “Únicamente estaremos hasta mañana a las ocho, pero muchas gracias”. La dulzura de sus rostros y su amabilidad son punzantes para cualquiera que sepa cuál es la realidad que acarrean a sus espaldas.


“¿Dónde vais mañana?”, pregunta Leo preocupado. “A Suecia”, se vislumbra en la pantalla del móvil que sostiene Andrii frente a los ojos del recepcionista. Un sinfín de preguntas pasan por la cabeza del trabajador. “¿Solos?, ¿Por qué Suecia?, ¿Quién tienen ahí? ¿Cuál es la causa de que tres chicos solos lleguen a Berlín? ¿Qué habrá sido de sus padres?”. No quieren hablar sobre qué van a hacer a Suecia, exclusivamente comentan que no conocen a su hospedador. Con los ojos como platos, Leo insiste en que se registren una vez lleguen. “El peligro ante la vulnerabilidad es inmenso, explica en ausencia de los jóvenes. “Desde que todo empezó, es la primera vez que veo a tres chicos tan jóvenes solos”, comenta apenado.


Extenuados, pero sonrientes, es increíble cómo, pese a todo, consiguen ser amables. “Son una muestra de resiliencia”, viene a la cabeza. Suben a la habitación y muestran una gratitud extrema. Ojerosos y somnolientos, devuelven las buenas noches con unas palabras que destrozan “que Dios te cuide”, dicen. Mientras tanto, Leo se pregunta quién los va a cuidar a ellos. El trabajador cataloga la escena de “surrealista y desoladora”. “Nunca dirías por lo que han pasado”, declara, “excepto porque han actuado de una manera tan bondadosa y madura que te rompe por dentro”, prosigue.

La guerra en Ucrania ha forzado a más de cuatro millones de personas a salir del país, según los últimos datos difundidos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Además, hay otros 6,5 millones de desplazados internos, personas que han viajado a otros puntos del país huyendo de las bombas.


Son las siete y media de la mañana. Andrii, Dmytro y Vladimir encogen la ropa de cama en una bola y bajan a la planta cero del establecimiento. Dejan la tarjeta blanca que ejerce de llave encima de la mesa de la recepción, puesto que aún no hay nadie. Parten camino a Suecia, dónde no sé sabe quién les espera.


La guerra, una vez pasada la frontera, es también esto; tres chicos solos cruzando Europa sin siquiera saber a dónde se dirigen. Solamente sabiendo, o esperando, que el lugar al que se dirigen es más seguro que el lugar que abandonan.




 
 
 

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